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Trabajo Final – La gente en mi departamento

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La decisión para estudiar en Buenos Aires por un año me fue fácil para hacer mientras estuve cómoda entre mis amigos en la aldea de Williamstown con todos recursos de Williams Collage a mi disposición. Creí que todo iba a ser perfecto en Buenos Aires, que yo iba a llegar y no tenía que hacer ninguna adaptación. Buenos Aires iba a ser mi media naranja, en términos de lugares para vivir. Es demasiado para esperar que una ciudad pueda resolver todos problemas con un cambio radical de cultura. No obstante, no tuve que adaptarme tanto a la cultura argentina, con la excepción de los piropos que se deben ignorar para ser argentina, y por eso, no me afectan tanto ahora. El cambio de cultura me fue bienvenido pero ahora yo sé que el cambio más difícil y más extranjero para mi fue el desafío de vivir en una ciudad, más aun el capital de un país.
Viví en pueblos pequeños toda mi vida. He vivido en el mismo pueblo desde mi nacimiento que tiene 8,000 habitantes en los suburbios de Nueva York y ahora asisto a una universidad de 2,100 estudiantes en una aldea en el medio de las montañas en el campo. Ahora me di cuenta que no hay muchas diferencias entre mi pueblo natal y el pueblo de mi universidad; sólo que decidí mudarme desde un lugar aislado de la ciudad hasta un lugar aislado de todo y más tranquilo. No tengo ninguna experiencia vivir en una ciudad aunque el centro de Nueva York sólo queda cuarenta minutos de mi casa. La ciudad de Nueva York siempre es el lugar para el trabajo, para los restaurantes elegantes, los bares, los clubs, Broadway. Una ciudad de pura diversión y antes de llegar en Buenos Aires, la reconocí como “la ciudad que duerme nunca.” Nunca era un lugar para vivir por ser demasiado caro y porque Nueva York siempre era un escape; me parecía loco vivir en una ciudad de movimiento perpetuo.
Tuve el cambio grande de todo que yo quería en Buenos Aires. Todos aspectos de la ciudad me abrumaron cuando llegué. Yo no podía creer que la gente sale a las tres en la mañana para bailar y regresa a las ocho. En verdad es una ciudad que duerme nunca. Tenía miedo de los colectivos y no podía entender los rumbos porque todo de las calles son nombradas en vez de ser numeradas. Sin embargo, la cosa que me hacía incómoda y todavía me hace así, es vivir en un departamento. He compartido un cuarto mi primer año de la universidad y con once chicas durante ocho veranos en un campamento de verano, pero un departamento es algo distinto. Comparto mi vida y mi privacidad con vecinos en el edifico pero sin el conocimiento de una persona, el cual viene desde vivir en el mismo cuarto de otra persona y de verla cada día. Mi cuarto atrapa el calor desde afuera fácilmente, y por eso , necesito mi ventana abierta aunque a veces tengo que elegir entre aire y silencio dado que si abro mi ventana, abro mi vida a la gente en mi edifico. Es casi imposible tener privacidad total porque mi ventana mira adentro del edifico sobre una abertura pequeña para el patio de los vecinos en la planta baja. Debido a este espacio, mi ventana está al máximo cuatro metros enfrente de la ventana del departamento del “hombre de la computadora.”
Tengo nombres para toda la gente en mi vida “por la ventana”. Hay “la familia de perros” en la planta baja que usa el patio. En realidad sólo hay un perro monstruoso en el departamento pero cuando él ladra tan fuerte como puede, las mujeres en el departamento gritan “¡Basta! ¡Basta!”, cada vez más roncas, y suena como si fuera una pelea de perros con el perro ladrando y las mujeres respondiendo. También hay “el bebe siempre infeliz” que llora cada día como si el mundo terminara. Creo que él vive en la ventana, donde puedo ver mejor, con “la familia perfecta” donde puedo ver algunos niños y los padres sentados para cenar alrededor de la mesa juntos cada noche. Todas esas vidas son partes de mía cada día por sus ruidos y sus olores de comida pero esos cuatro metros entre nuestros cuartos siempre me parecen más lejos de mi que son en realidad. No puedo evitar oír y conocer un poco más de sus vidas cada día pero no conozco la gente que vive en mi propio edifico. Siempre son caricaturas, la conozco por momentos íntimos y privados en el hogar pero me falta una abundancia de información.
Me adapté lo más a oír música a todas horas del día por mi ventana. A veces creo que tengo el suerte de vivir con vecinos tan musicales y a veces creo que me gustaría estar en mi pueblo pequeño donde no tengo que despertarme a las nueve en la mañana a ópera. Hay “la cantante profesional” que siempre está practicando ópera y hay “la/el cantante adolescente” con una voz mala sin melodía que canta la misma canción de rock en el baño debajo de mi cuarto. No conozco ni el grupo ni las palabras de su canción pero puedo repetir el ritmo de la canción de memoria. También hay el radio con música clásica o del Aspen y ahora añado mi propia música de mi computadora en vez de no intentar molestarle a nadie con mi música. Me siento mejor sobre el ruido durante las horas del día cuando no quiero estar despierta si puedo mezclar mi música y mis gustos a la cacofonía de música y los ruidos de la vida cotidiana de un departamento. Quizás estos ruidos pueden ser un tipo de música también. Antes me molestaron al máximo y quería nada más que regresar a Williams donde todo es tranquilo y es más fácil estudiar. Ahora me acostumbré a esos ruidos, esa música, y me dan un ritmo a mi vida, un sonido en el fondo que me recuerda que hay millones de personas afuera de mi ventana y que debo aprovechar cada momento en conocerlas.


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